El ladrón de almas

El ladrón de almas

viernes, 24 de mayo de 2013

María del Pino representa a Mesalina (La tragedia de Séneca)


Lectura teatralizada
Premio Nacional de Teatro en 1973.




Obra: 
"La tragedia de Séneca".

Autor:
Julio Merino.

Intérprete:
María del Pino.

Personaje:
Valeria Mesalina, emperatriz.





Ver vídeo:



Canal Youtube: http://www.youtube.com/user/MariadelPinoPozo

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Por María del Pino.

jueves, 23 de mayo de 2013

"LA TRAGEDIA DE SÉNECA" Premio Nacional de Teatro 1973.


¡OH, HONOR DE LOS HONORES!
¡¡PRIVILEGIO DE LOS PRIVILEGIOS!!



 
Cartel : Mª Estrella López Merino.
Ilustración: María del Pino.
   Ayer, tuve la regalía de estrenar, por primera vez en mi vida, una obra sobre Séneca que fue, nada más y nada menos, Premio Nacional de Teatro en 1973. Como los intérpretes no somos actores, ni profesionales en este sector, sino que resultamos ser un grupo de escritores y algunos miembros de la peña "Los Grandes de Córdoba", hemos realizado una lectura teatralizada. Según el autor, Julio Merino: "Séneca no escribió las nueve tragedias que se conservan para ser representadas, sino leídas entre los amigos. Y eso es lo que hemos querido llevar a cabo en esta lectura teatralizada".


   La crítica recogida ha sido, por fortuna, bastante favorable. ¡Demasiado diría yo!, ya que solamente hemos tenido un mes (y, aseguro que ni eso) para leer el texto y estudiarlo a fondo. Aunque ha sido todo a la carrera, me enorgullezco de poder comentaros que gustó mucho, que hemos salido del paso y que... ¡¡hemos honrado a Séneca!! Aunque muchos conocemos al gran filósofo, escritor y político, en realidad, poco hacemos en su tierra por él. Por ello, ha resultado ser toda una satisfacción personal. Los intérpretes coincidimos en que nos congratula haber tenido el privilegio de sentir que hemos vivido, por unos instantes, en la Roma de entonces. Y a pesar de estar plagada de intrigas, corrupciones y sentimientos perversos, ha sido algo hermoso. Ayer compartimos la tragedia de SÉNECA, pues aun siendo víctima del tirano que él mismo amamantó como preceptor (Nerón), fue libre para decidir su muerte.


     La obra ha sufrido varios cortes y modificaciones para adaptarlo a los oyentes, ya que... si hubiésemos llegado a extenderla, sin movimientos, escenarios, músicas y demás efectos teatrales, seguramente, se habría hecho un poco más pesada. Ha sido triste tener que hacerlo porque el original entero merece la pena. No obstante, dentro del mal.... ha sido UN ACIERTO por parte de Julio Merino. Acortar una obra así y dejarla bien, fue todo un logro conseguido. Para el bien de todos: un reto superado. Algo para vanagloriar es: hacer que cerca de 200 personas permanezcan sentadas durante el primer y el segundo acto, sin marcharse en el descanso. Eso, en serio, ha sido algo bañado por el mérito de sus escritos, e imaginación, partiendo del punto de que ninguno de los intérpretes es un profesional, o un aficionado.

     Después de cuarenta y tres años... ¡al fin!, Julio Merino ha visto cumplido un trozo de su pasado, un trozo de su sueño. Ni la política, ni los moralistas, han podido detener en esta ocasión su estreno. Ha esperado mucho tiempo, pero... lo hemos logrado. Y, para nosotros, los que hemos interpretado, ha sido todo un honor y un privilegio. Haber formado parte de este proyecto tan hermoso y digno, nos ha hecho sentirnos realizados. Él ha confiado en nosotros, y nos alegra haberle respondido con lo mejor de nuestros corazones.

     Julio Merino, precursor de miles de hazañas y ferviente defensor de la cultura de nuestra ciudad, ha dado un paso más, pues... ha dicho: "Ahora estoy pensando en mi obra de teatro sobre Napoleón...".


     Señoras, señores... mientras al valiente le quede un segundo de vida, de respiración, Córdoba podrá dormir sabiendo que alguien mueve los hilos culturales para que nunca decaiga. Ahora, solo necesita la ayuda de las autoridades y de la gente que ha de ocuparse de ello para fomentar algo que es tan importante.


Intérpretes:


Julio M. Gavilán (Marcelino), Rafael A. Luque (Tiberio/Nerón), Pilar Redondo
(Paulina), Julio Merino (Séneca), María del Pino (Julia/Mesalina), Pilar Muñoz
(Marcia), Carmen Espada (Xantipa), Charo Montaño (Agripin ),Alberto M.
Monterroso 
(Afranius) y Francisco Granados (Anneo Sereno)


Efectos de Luz :  Amelia Serrano.



P.D.: Próximamente subiremos vídeos del estreno en mi Canal Youtube: 

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Por María del Pino.

lunes, 20 de mayo de 2013

Relato: "El reloj del ermitaño", de María del Pino.





     Había una vez, un viejo ermitaño que vivía solo, apartado en la cima de una colina. El tiempo se le había parado hacía ya tres años. Cada día recordaba su vida ya vivida. El alegre pasado de sus años le atormentaba. Recordaba su feliz infancia en el pueblo, su juventud en la ciudad, la primera chica a la que desnudó en una noche de borrachera, la mujer que le robó el corazón para hacerse madre de sus hijos, ellos... Pensaba mucho en su soledad actual, pues desde que enviudó y se quedó sin su mejor amigo, su compadre, solo bajaba una vez al año a ver a la familia. Y más que verlos a ellos, era para ponerle unas flores a su añorada Josefa.

     Siempre andaba meditando, culpándose de seguir con vida cuando ya todos los que formaron parte de su pasado no estaban con él. Un día, sentado en su mecedora miró al cielo y habló con el corazón en los labios:

     -Dios... Los remotos orígenes del hombre y de su pensamiento son misterios que jamás lograré descifrar. Ni yo, ni nadie. Pues aunque, algún día haya alguien que logre hacernos capaces de realizar lo imposible, o vivir largos años, somos demasiado complejos. La mente humana, los pensamientos, sus contradicciones (pues a veces decimos esto, y hacemos lo otro...) y los sentimientos y emociones que nos embargan son algo tan imperfecto que nos hace cuestionarnos, en ocasiones, demasiadas cosas sobre nuestra existencia. Según los que creemos en ti, existimos porque somos un capricho de tu ser y nos creaste a tu imagen y semejanza -hizo una pausa para meditar-. Entonces... Dios, ¿tienes, pues, nuestros mismos defectos?

     El hombre alzó sus cansados ojos sobre el manto azul del cielo esperando una respuesta que parecía no querer llegar.

     -Dios... ¿Amaste y pecaste como yo? ¿Sufriste por desamor? ¿Sentiste la avaricia, o el egoísmo?

  Los pajarillos seguían cantando y el susurro del viento era inalterable. No había más respuesta que el eco de sus propias palabras.

     -Supongo que sí, que al igual que yo he dejado a mis seres queridos para retirarme, pareciendo así olvidarme de ellos, tú también lo haces conmigo. No te culpo, Dios. Me lo merezco. Pero solamente me gustaría pedirte una señal. Si gustas, y tienes tiempo... una solución a mi problema. Como bien sabes, estoy solo, y no quiero vivir más. Me he cansado. Llévame contigo pronto, que quiero estrechar entre mis brazos a mi amada Josefa y ver a mis padres... No estaría nada mal poder hablar con mis hermanos y poder preguntarle a mi compadre dónde puso el reloj que me dijo que me arreglaría antes de sufrir ese maldito infarto que se lo llevó meses antes que a mi esposa. Comprendo que allí, en el paraíso prometido, no me hará falta ver el tiempo de un reloj que hace años que se paró, pero, al menos, me quedaré con el alma tranquila al saber dónde está y si lo tienen buenas manos. Ya debes saber que era de mi padre.

   El viejo siguió contemplando el cielo, meditabundo, con el alma empobrecida y triste.

     -Vaya... Otro día más que no me responde el Señor... -pensó en voz alta.


     Al día siguiente, caminó hacia el pozo. En el emparrado, observó una vieja cuerda. Mientras cavilaba y recordaba su añorado pasado, el ayer que tan feliz le hizo, en su mente pasaba la desesperación y el fin de su soledad. Justo cuando agarró la cuerda, se escuchó a un coche tocar el claxon a lo lejos. Giró su cabeza lentamente y vio cómo sus nietos pequeños se bajaban del coche. Estos corrían hacia él como pequeños duendes revoltosos. Venían gritando que iban a pasar un mes con el abuelito, caminando por el campo, cogiendo flores, comiendo queso de la cabra del abuelo, visitando el pueblo con él...

     -Pero... ¡hijo! -el anciano, sorprendido, clavó sus ojos sobre él.

     -Espero que no te molestemos, pero tenemos un mes de vacaciones y hemos decidido no dejar solo al gruñón de mi padre. Nos venimos. El que viene, Marta -dijo el joven refiriéndose a su hermana menor- vendrá dos semanas con el cuñado, y en Navidad nos vendremos toda la familia. Ya hemos hablado con Nati y opina igual que nosotros. Vamos a estar los tres hermanos con papá. Este año no nos echas... Ya has aguantado demasiado el luto y la soledad.

     -Nosotros queremos al abuelito -su nieta de cuatro años se aferró a su pierna.

     -Ernesto -le llamó la nuera-, Nati nos ha dado esto para ti -mostró una caja no más grande que una mano-. Dijo que se lo había dado hace unos días el hijo de tu compadre, que lo encontró en el cajón de su cómoda cuando al fin se decidió a guardar sus cosas.


     Nada más abrir la caja, vio su viejo reloj. Y, para su mayor asombro, funcionaba. Al lado, una carcomida nota exponía las siguientes líneas: 







"La vida sigue y no se detiene. El reloj vuelve a funcionar. Y si se para de nuevo, siempre habrá alguien más que lo hará moverse y andar..."




     El viejo ermitaño, de nuevo, alzó sus ojos hacia el cielo. Con una lágrima en ellos, dio gracias a Dios. Había comprendido la señal. No era su hora. Debía ser feliz con lo que aún le quedaba por vivir. 




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Por María del Pino.

miércoles, 8 de mayo de 2013

"Justa injusticia", de Manuel Cr.





     En múltiples ocasiones nos quejamos de lo mal que protege esta sociedad, y la Ley, a las mujeres maltratadas. Los maridos, o los novios, las golpegan y solamente van dos días a la cárcel, quedando en libertad con una simple orden de alejamiento. Orden que, me remito a los casos que salen por la tele o conocemos, muchos de estos maltratadores se saltan a la torera. Y repito: orden por la cual, luego nos encontramos algunas muertes femeninas a causa de estos crueles hombres que se creen superiores.
     Pues, amigos, en el libro que nos presenta Manuel Cr vamos a descubrir el lado opuesto. Con ello no me refiero a lo que piensa un maltratador, sino al hombre maltratado. En "JUSTA INJUSTICIA" viviremos -porque se vive- uno de esos pocos casos en los que el hombre es el que sufre las locuras y arrebatos de una mala mujer. Una mujer que en principio es ORO. Ella, Laura, hace que nuestro protagonista, Jesús, se enamore perdidamente. Tanto, que se vuelve ciego, como cualquier persona en este estado. Él, un hombre bueno, noble, tranquilo y "anticonflictos", acaba inmerso en un caótico mundo. Mundo que le conduce a la cárcel. Es acusado de maltrato cuando en realidad, no ha hecho nada. Transcurren 37 horas, horas en las cuales reflexiona y enloquece mientras permanece metido entre asfixiantes barrotes que le privan de su libertad y le hacen ser "un delincuente más" ante los ojos de la Ley. Allí, dialoga consigo mismo sobre las leyes y sobre la justa injusticia a la que se le está sometiendo.
     Manuel Cr, además, lo cuenta en primera persona y dando detalles que solo podrían saberse si: se hubiese indagando bien, se hubiese vivido en persona, o se hubiera basado en hechos reales. Cosa que ya avisa la portada del libro.

Foto con el autor en una entrevista que nos
hicieron en ONDA CERO RADIO con motivo
de una cena que nos dieron en VIP CLUB
CÓRDOBA GOURMET.
     Os animo a conocer más de cerca la historia de Jesús. Hay ocasiones en las que un hombre o una mujer que hayan pasado por algo similar (celos, manipulación, ansiedad) podrán verse reflejados.
     Es un libro humano que te habla a corazón abierto. En él se descubre que los hombres son más sensibles de lo que nos imaginamos y que, por mucho sexo que se les venga a la cabeza, también buscan el amor y el cariño. Lo viven con intensidad y lo sufren por igual.

     "Justa injusticia", un título perfecto para conocer también el otro lado. Arreglemos las leyes para que no haya más muertes femeninas, ni más encierros injustos.

Enhorabuena, Manuel Cr.


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Por María del Pino.

domingo, 5 de mayo de 2013

Madre




     La mujer más pura y bella. Más sencilla y más hermosa. La mujer a la que todos miramos a los ojos con el corazón para expresar nuestra pena o alegría. Aquella que, sin dudarlo, daría su vida por la nuestra, su último aliento por rescatarnos del fracaso. 
Esa dama de la que hablo se aferraría a un clavo ardiendo en nuestro lugar. Incluso, como Cristo, se dejaría crucificar a cambio de salvarnos. Es una mujer que, a veces, permanece bajo la sombra de lo bueno, sin delatar su posición. También, por las noches, se desvela con nuestras preocupaciones. Nos cuida en los malos momentos y en los prósperos, nos acaricia la cara desde su pequeño altar. Y digo altar porque, aunque no sea una reina o una virgen, ahí es donde todos tenemos, o debemos tener, a esa gran mujer llamada MADRE.

FELIZ DÍA DE LA MADRE, MAMÁ, MAMÁS DEL MUNDO...

Merecéis todo nuestro reconocimiento nada más que por el mero hecho de traernos bajo la luz del sol y amarnos con esa incondicionalidad destacable que os señala y os hace perfectas.


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Por María del Pino.